miércoles, 28 de julio de 2010

Se pudrió el organismo.


Estaba ahí. Estaba sola, atada, inmóvil y desnuda. Podía ver sus maravilloso cuerpo. Sus pechos eran deliciosos, sus piernas hermosas y su pequeña vagina me enloquecía.

Ella miraba asustada para todos lados. Decidí salir de mis escondite y mostrarme frente a ella. Sus ojos asustados se clavaron en mi. Yo tenía puesta una máscara, ya que no tenía lasa gallas suficientes como para mostrar mi rostro. Me conocía y no quería arruinar el clima de terror que había creado. Sus pupilas asustadas se clavaron en mi rostro escondido, asustándome profundamente. Pero los deseos lujuriosos eran mucho mas fuertes. Siempre la había deseado. Siempre había querido disponer de su cuerpo, de sus senos, de su ano, etc.

Todo estaba listo. Logré anestesiarla con una droga especialmente preparada para ello. No quería que sufra. Agarré el látigo y comencé a flagelarla. Cortes proliferaban en sus piernas, en sus brazos, en sus pechos, en su estomago. Su cuerpo ahora tenía un aspecto rojizo por las múltiples heridas producidas por el látigo. Pero ella no había sufrido nada debido a la fuerte droga que le había suministrado.

Cuando terminé la desperté violentamente. Ella comenzó a gritar de dolor y de pánico al ver su cuerpo cubierto de sangre. Entonces la agarré de los brazos y comencé a besarla. La besé de una manera que nunca jamás olvidaría. Descubrí, con un inmenso placer, que aquel beso violento la había excitado. Comencé a toquetear sus senos, rojos por la sangre. Los besé, los mordí los apreté. Ella gemía de placer. Le encataba. Separé sus piernas y comencé a penetrarla. Su vagina estaba caliente y lastimada. Me estaba volviendo loco. Me exigía que la penetrara mas violentamente.


Entonces paré y le introduje un pequeño tubo en la boca hasta tocar su garganta, lo que produjo que instantáneamente comenzara a vomitar. En ese momento puse mi boca sobre la de ella y empecé a succionar su vómito. No solo la estaba violando, sino que estaba compartiendo conmigo su sangre y su vomito. Nuestras bocas repletas de su delicioso vómito no se despegaban, se besaban, se comían, se disfrutaban. Mientras tanto, no podía dejar de penetrar su vagina con mi pene lubricado por su sangre.

Después de unos minutos eyaculé, bañando su cavidad vaginal con mi semen. Volví a drogarla, dejándola otra vez dormida. Coloqué vendajes en sus cortes, la desaté y la acosté al lado mío en un altar precisamente preparado. Comencé a acariciar su vagina hasta que me quedé dormido.

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