Cabizbajo, encerrado y despojado de aquella atención que
para mí era el principio de una lenta mejoría y consumido progresivamente por
aquel aire enrarecido, mi mente hallábase cubierta de ese moribundo espectro de
fantasías oscuras que ahora dominaban todos mis impulsos.
En ese mismo tintero del cual se desprendía un
nauseabundo hedor producto de la acumulación de unos íntimos colgajos
descompuestos que una vez supieron ser la parte externa y mas sensible de una
dulce y virgen cavidad vaginal, se había posado, para nunca mas partir, el
turbio espectro ya mencionado bajo la forma de un pájaro débil de grisáceo
plumaje y de aspecto hórrido y macabro.
Sin mediar palabra, su pútrida mirada comenzó a
inculcarme el ardor morboso de mis nuevas obsesiones. Aquella impopular idea de
conservar y convivir hasta mis últimos días con los genitales arrancados de un
cuerpo vivo cuando todavía ella se encontraba en aquel mórbido estado de
excesiva consciencia era simplemente la más refinada de las fantasías que
pudiera ser transferido por ese inmundo y plumífero despojo de carne animal.
Me aferraba a ese plumaje tosco y grisáceo para no perder
pisada ni detalle de todo ese espectáculo que se gestaba en mis delirios. No
podría soportar el castigo, ese flagelo siniestro de dejar que toda esa
magnifica mutilación quedara en el campo abstracto de las fantasías mas
enfermas. Debía que convertirlas en los pútridos eventos que acontecieron en el
ocaso de una jornada de lealtad y amor hacia una vagina corrompida por el semen
de un ser incompleto y portador de la mas despreciable inferioridad.