domingo, 24 de mayo de 2015

Infección vaginal. Madre desmembrada.

Sumido y devastado por las perversas letanías de un olvido antiquísimo y, mientras la agonía de un nuevo día marcaba la antesala de una pútrida rivera nocturna, intentaba
apaciguar temporalmente mis tormentos mediante ciertas tendencias cadavéricas completamente marginadas de cualquier contexto de masividad cultural.


El desgaste mental me había empujado hacia unos antros oscuros de la red habitados solo por enfermos que buscaban un suplicio pasajero a sus incontrolables y desviados impulsos. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, ya sea por error o por un atisbo del mas mórbido destino, me encontré recorriendo los lúgubres pasillos de un foro de canibalismo infantil. A partir de ahí comencé a comprender la horrida naturaleza de mi turbia sexualidad.


Mientras abría aquella galería por la que desfilaban las mutilaciones mas atroces sobre unos infantes que, sometidos al mas infinito dolor, no podían comprender la morbosa satisfacción que desdibujaba las facciones del torturador, una incesante e intensa erección de mi miembro viril comenzó a dominarme por completo. Era tal el gobierno casi absoluto ejercido por el aparato genital sobre el resto de mi cuerpo, que todas mis acciones obedecían exclusivamente a los intentos de una permanente masturbación ante la exposición del sufrimiento y el desgarro carnal que emanaba de las extremidades separadas brutalmente de esos cuerpitos inocentes.


Los rasgos patológicos de mi escasa salud mental, la falta de contención profesional y el confinamiento constante al pozo de una devastadora sintomatología obsesiva en el que debía revolcarme todos los días, se desvanecían por completo ante la efímera invasión de ese frenesí sexual que tanto anhelaba pero que todo el entorno enfermizo me lo negaba.



Mi derruida situación mental hacia que todos los intentos por salir de aquel vicio incontrolable sean frustrados, reforzando así mi dependencia psicológica de la tortura infantil.