jueves, 5 de agosto de 2010

Acosada en la cripa. Diarrea esparcida.



Estaba acostada masturbándose. Estaba tranquila, sola, completamente desnuda. Gozaba como nunca de la masturbación porque no lo estaba haciendo en un lugar convencional. Lo realizaba en el sótano de una casa abandonada, atada a un altar con un pentagrama rojo dibujado en la pared. Había alquilado previamente la casa solo para llevar a cabo su lujuriosa fantasía. Pero no estaba sola. Había sido vilmente engañada.



Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, dos figuras encapuchadas entraron en la escena. Al principio no fueron percibidas por nuestra amiga, pero cuando finalmente se percató de su presencia, se atemorizó. Dejo enseguida de tocarse, y con una expresión de miedo y de fastidio, exclamó con un cierto grado de violencia: “Que hacen acá? No se dan cuenta que estoy ocupada, pelotudos?”. La mujer estaba encadenada al altar, lo que facilitó considerablemente el accionar de los misteriosos hombres al dejar las llaves de dichas cadenas fuera de su alcance.



Uno de ellos abrió sus piernas y con fuerza las mantenía abiertas, mientras que el otro personaje sacó de uno de los bolsillos de su túnica un cuchillo. Se aproximó a su cavidad vaginal, y con violencia, comenzó a penetrar la vagina con el cuchillo. A medida que el cuchillo entraba y salía con vehemencia, sus genitales se inundaron de sangre. La sangre proliferaba a la par de los gritos de la pobre mujer. Cuando una buena cantidad de sangre se acumuló alrededor de aquel bello orificio, se detuvo la filosa penetración.



Luego, la otra persona (la que mantenía las piernas abiertas), separó sus brazos y comenzó a besarla a la fuerza. Mientras hacia esto, su compañero produjo un corte en cada axila y succionó con locura sus pechos. Lo que venían haciendo era parte de un antiguo ritual, cuyo producto luego sería fuente de importantes investigaciones biológicas. Lo que surgiría del martirio de esta muchacha sería vendido en millones de dólares a uno de los laboratorios mas importantes del mundo.




Después de eso, uno de los hombres colocó un tubo de plástico con un líquido azul en su ano. Después de unos segundos lo retiró. Inmediatamente comenzó a proliferar rápidamente materia fecal de la cavidad anal. Una gran cantidad de soretes en estado líquido-cremoso salían de hermoso ano. Le acababan de practicar un enema. El individuo que había introducido el tubo se apresuró y comenzó a esparcir por su cara toda la mierda que salía del ano femenino. Su boca, sus mejillas, sus párpados, su nariz y su frente ahora estaban cubiertas por materia fecal. Cuando terminó de hacer esto, forzó a la mujer a besarlo, quedando también su cara manchada con mierda. Mientras pasaba esto, la otra persona estaba desnuda masturbándose.



Luego, el autor del enema juntó con sus manos otra porción de caquita (había salido una buena cantidad) y con ella se lubricó su pene que ya estaba completamente erecto. Acto seguido, introdujo su pene de color marrón en la boca de la mujer. Entraba y salía, obligando a la chica a que probara sus propia caca. Pero hubo un momento en que la chica no resistió mas y mordió con furia la punta del pene. El hombre lo retiró con una profunda exclamación de dolor. La sangre goteaba del glande. Histérico, comenzó a gritar “que hiciste hija de puta, que hiciste!”. Él era muy orgulloso para protegerse el pene.



Lleno de furia, introdujo su lastimada pija en uno de los agujeros de la nariz y con una mano tapó el otro orificio nasal. Con al otra mano tapó su boca. La muchacha ahora no podía respirar. Se asfixiaba, su vida se apagaba.......



Al cabo de unos breves instantes, que para los dos hombre fueron interminables, la mujer falleció.




Pero el asesino comenzó a marearse inmediatamente después de la nefasta muerte, y al cabo de unos segundos cayó inconsciente en el piso. Su compañero se quedó mirando, pálido y con una expresión en su rostro de profundo terror.

En breve, vendrá la continuación del relato.