viernes, 13 de mayo de 2011

Agobiada por el crucifijo caliente.






Estaba sentado en la cama nervioso, sudado y atormentado entre la oscuridad que invadía el cuarto. En aquella habitación sumergida en la absoluta penumbra desperté con violencia estallando en una seria crisis nerviosa. El sueño proyectado en mis horas de descanso me había hundido en un serio estado de conmoción. Consistía en un conjunto de imágenes lujuriosas de tal detalle que me hicieron creer que había sido real.







Los sucesos acontecidos durante aquel macabro sueño eran horribles pero a la vez excitantes, lujuriosos y sacrílegos. Mi alma había quedado devastada. Procedo entonces a describir esos momentos irreales que perturbaron mi mente durante aquella oscura y lluviosa madrugada.










Me encontraba en un patio frente a un altar. Una túnica negra de cuera cubría mi cabeza, hombros y llegaba hasta mi cintura. Dicha túnica era la unica vestimenta que tenía. Miré el suelo frío que descanbasa debajo de mis pies descalzos y observé con atención que mi pene estaba erguido. La erección llamó mi atencion por las bajas temperaturas del lugar.







Levanté la vista hacia el altar al escuchar una respiración femenina. Allí se encontraba una mujer embarazada, desnuda y atada al altar con unas fuertes cadenas que inmovilizaban sus miembros superiores e inferiores. Me acerqué con lentos pasos y pesados. No sabía bien porque estaba alli ni quién era esa mujer.







Al lado del altar se encontraba una mesa pequeña con instrumentos cortantes como cuchillos, navajas, tijeras y un enorme crufiijo de hierro de un color rojizo. Cuando me detuve al lado de la mujer, una presencia fría se posicionó entra la dama y yo. Era una figura negra, de la cual no podía distinguir su rostro, pero al hablar emitía un aliento verde todavía mas frío que su lúgubre presencia.







Me ordenó que comenzara el ritual que habíamos pactado y me comentó que ya era tarde para arrepentimientos. Que por las próximas horas mi cuerpo no obedecería a las ódenes emitidas por mi mente, sino que actuaría por si solo, como si fuera en ente aparte. Ésas eran las reglas del juego.










Cuando hubo finalizado su discurso desapareció sin dejar rastro alguno. La mujer (que hasta entonces había estado sumido en un estado de atontamiento), me preguntó con quien hablaba. Aparenteme no había escuchado ni visto a la presencia sombría.










Cuando empezó a exigir que le dijera donde estaba, que estaba sucediendo y quien era, mi cuerpo comenzó a moverse por si solo, tal como había establecido aquella deidad macabra.







Mi mano derecha tomó un cuchillo severamente afilado y se insertó en una de sus blancas y calientes muñecas, liberando un intenso flujo de sangre acompañado por un grito desgarrador. En seguida, mi otra mano comenzó a cortar sus piernas por arriba de las rodillas. Las laceraciones eran abudantes y la sangre caliente lubricaba rápidamente ambas piernas. Ella continuaba gritando, exigiendo que me detenga, que la dejara en paz, que ya no la atormente. Pero ella no sabía que mi movientos eran involuntarios. Estaba encerrado en un cuerpo que torturaba a una mujer embarazada. Mi cabeza se acercó a su rostro y mis labios la besaron con vehemencia, pese a su resistencia. Pude percibir como, a pesar de sus gritos y el carácter atormentado de su alma, que su cuerpo disfrutaba de mis ataques hacia su carne. Si, aunque mentalmente estaba desgarrándose, a su cuerpo le encantaba.







Un aliento frío en mi nuca me indicó que era el momento de finalizar el tratamiento infernal. Agarré con rapidez aquel crufijo de gran tamaño. Estaba rojizo por lo caliente que estaba. Sin embargo, mi mano no se quemó al agarrarlo.










Lo coloqué con violencia sobre su vientre hinchado en donde descansaba el inocente bebé. Los gritos esta vez fueron mucho mas intensos, mientras su piel se ennegrecía por las quemaduras irreversibles. Una voz salio de mi boca vocifereando que el calor era para satanizar el parto en nombre del señor tenebroso. Después de varios azotes en su vientre con el hierro hirviendo en forma de crucifijo, la mano que tenia el instrumento ceremonial se acerco a la zona vaginal.







Con gran excitación comence a inserta el cucifijo caliente en el orificio vaginal, deteriorando por completamente los labios vaginales por el calor del material. Ahora gritaba mas fuerte aún. Tapé su boca con al otra mano y continué violándola compulsivamente.







Luego de unos instatnes lo solté, dejándolo insertado en vagina. Miré al cielo y alzando las manos comencé a recitar unos versos en una lengua para mi desconocida. Allí ocurrió el milagro. Ella abrió su boca y con excitación expulsó algo que no pude divisar inmediatamente. Esa cosa se estrelló en la pared, dejando una mancha de sangre. Cuando cayó al piso me acerqué para mirarlo detenidamente. Era el cuerpo de un bebé con una mancha en la frente. Lo agarré con una mano y con otra me corté la punta del pene con una navaja, expulsando una mezcla rosa de sangre y semen en la frente del niño. Aquella mancha tomo la forma de un pentagrama invertido de color blanco.




Desperté, completamente desquiciado por lo que acababa de vivir.