domingo, 22 de marzo de 2015

Asalto sexual.


Me encontraba, como de costumbre, agobiado por la cuestiones arbitrarias tendientes a condicionar nuestro comportamiento habitual cuando, en una pesada nube de humo emanada de aquel sobrecargado cenicero, mi mente comenzó a recordar una turbia sucesión de eventos. Eventos que si fueran examinados a luz de la consciencia colectiva, estarían subrayados como fuertes perversiones de alguien que padece una severa discapacidad mental.


Pero no es el objetivo de esta narración ejemplificar las expectativas sociales establecidas para la imaginación, sino simplemente comentar unos hechos representados en mi mente y que, mas allá de su carácter sumamente perturbador, el plasmarlos en un escrito a mano pueda mitigar (aunque sea manera parcial) la lúgubre tiranía del dolor mental que rige en los infames recovecos de este laberinto infernal. Pues se puede considerar que mi corrompida salud mental, ademas de estar encerrada en la fétida y nauseabunda prisión de lo material, simultáneamente se haya perdida en una localidad abstracta, de estructura compleja y laberíntica, en donde abundan una serie de tormentos infernales que amenazan con someterme de manera permanente al culto de la hemorragia auto infligida, la auto flagelacion desmedida y a la generación de múltiples escoriaciones esparcidas por toda la ya castigada superficie de mis extremidades.


El único escape parecería ser la degustacion de unos genitales en avanzado estado de putrefacción mortuoria, pertenecientes a unas infantes vírgenes de una edad no mayor a los trece anios de edad. La muerte de la joven debia ser de una brutalidad considerablemente grande; si había sido torturada o desmembrada, los efectos relacionados con la sensación de un escape temporal al encierro tortuoso antes descrito serian mas intensos y duraderos. Pero había una condición que siempre tenia que respetarse: sus jóvenes labios vaginales y, en especial su diminuto clítoris, debían haber permanecido intactos durante toda la vida de la persona y solo verse afectados por la compleja y lúgubre descomposición traída por la mismísima muerte.


Así es como mi condición patológica me obligo a coleccionar vaginas infantiles para masticarlas de manera compulsiva y enfermiza, sin poder aguantar un segundo mas en aquel infierno espiritual. Solamente la profunda escasez de fuentes que me puedan proporcionar este manjar que degusto casi todos los dias y una profunda abstinencia de aquella carne joven y podrida que compone todos esos genitales femeninos tan puros y hermosos pueden obligarme a confesar estas aberraciones.