lunes, 6 de junio de 2011

Descompensación cerebral.




Sus pechos sangraban. Si, delgados hilos de sangre se deslizaban por sus delicados pechos.








Una ténue luz iluminaba escasamente el lugar. Mi piel estaba completamente pálida y mis manos estaban cubiertas por una espesa capa de sudor. Mis sentidos, hipersensibles, eran violentamente invadidos por los estímulos emamados por aquel salón. Mi cuerpo estaba pesado y solamente podía moverse a través de movimientos torpes y lentos. Si, presentaba todos los síntomas de estar en comunión con Nuestro Señor Satanás.








Alli estaba la mujer de pechos sangrantes acostada y desnuda en el altar, inmovilizada por la invocación oscura. A su derecha yacía la copa con el humeante líquido cuidadosamente preparado para la ocasión.








Me acerqué. No podía pensar bien.....La punzante presencia maligna concentrada en mi columna vertebral impedía que en mi cerebro se generaran razonamientos levemente complejos. Sentí su suave piel, su caliente carne rozar mis sudorosas manos.








Ella lloraba. Tenía miedo. Dentro de su escandalizada alma, no podía comprender que sucedía a su alrededor. Me bajé los pantalones, dejando al descubierto mi pene erguido en medio de aquella fría noche, cuya oscuridad debilitaba cada vez mas la poca luz que permitia establecer el contacto visual.








Tenía que ingerir el líquido durante la penetración. Era importante seguir al pie de la letra las indicaciones incestuosas, de lo contrario podría sufrir lesiones mortales. Así, comandado por aquél conjunto de fuerzas sobrenaturales, separé sus piernas con fuerza y comencé a violarla, a penetrarla. Si, durante el coito no consensuado podía sentir a través de mi pene su dolor, su angustia, su desesperación.








Tomé el iluminado cáliz....y bebí aquella sustancia líquida de un solo trago. Su sabor amargo se esparció rápidamente por el interior de mi boca, generando una sensación de intenso ardor a medida que atravesaba mi garganta. Arrojé el caliz y seguí penetrándola, esta vez con mas violencia que antes. Segundos después, retiré mi pija de su orificio vaginal, eyaculando una enorme mancha gris sobre su abdomen.








Jadeando y con el ritmo cardíaco muy acelerado, obserbé con asombro lo que acababa de expulsar de mi aparato reproductor. Asombrado, mientras me recuperaba del acoso encabezado por el demonio, miré a la sustancia grisácea moverse en aquella suave y delicada piel. Se desplazó hacia el norte depositándose en su hermoso rostro. Ahora le tapaba la frente, los ojos y parte de su bella nariz, asfixiándola de forma parcial.








Era el momento de proceder con el rito. Con gran torpeza me acerqué a su cara invadida por la eyaculación gris, y de mi túnica saqué el crucifijo preparado especialmente para esta noche. Lo apoyé sobre el semen oscuro que cubría sus facciones, y una reacción increíble se produjo. Apenas el crucfijo entró en contacto con aquella zona, un incesante dolor comenzó a retorcer a la hermosa víctima. Si, la cruz maldita estaba quemando aquella carita llena de amor. El extraño fluido gris se evaporaba a medida la quemadura en su cara se profundizaba.....








Sus labios, su nariz, sus párpados, ahora eran simplemente restos negros de una piel completamente desgarrada y quemada por el calor inerte del infierno. Cuando terminó aquel calvario, observé como había quedado su cráneo. Y entonces comprendí que sumergida en aquellas quemaduras era mas hermosa que nunca. Pero no podía deternerme a cotemplar su belleza, tenía que seguir con el pacto, con la devolución espiritual.








Me acerqué a su vagina. Introduje mis dedos entre aquellos labios vaginales hermosos. Después de varios minutos de estimular con mi dedos su cavidad vaginal, mis dedos sintieron al introducirse algo duro de forma impredecible. Introduje la mano izquiera un poco mas adentro del aparato reproductor. Cuando logré tomar con cierta flaqueza aquella cosa, saqué rápidamente mi mano, extrayendo una cadena que desgarró profundamente su vagina y generándo instantáneamente una hemorragia vaginal intensa.








Aquella cadena extraída de la vagina no era una cadena normal. Estaba hecha por pequeños huesos de un bebé en estado avanzado de gestación, que proporcionaba increíbles propiedades mágicas a la persona que lograba extraerla. La dejé en el piso, y me tiré arribe de ella, apoyando mi cabeza sobre su podrida cara. Le dije que la amaba, que era hermosa, que no se preocupe. Le comenté que todo iba a estar bien, que pronto moriría y sería vinculada a un incesante tormento por el resto de la eternidad con nuestro Señor Satanás.








Mordí con fuerza su cuello, dejando que un flujo de sangre fluya. Me dediqué entonces a besar el lugar donde antes se encontraban sus labios, y que ahora se limitaban a ser los rsetos de una boca destrozada por el destello del inframundo. Besé su frente mientras se desangraba, me levanté y me colgué la cadena alrededor del cuello.








Este elemento traía increíbles dones y beneficios para el que la conseguía y ademas garantizaba una estadía eterna de la víctima en las oscuras moradas del infierno. Era la cadena de la condena infernal. Si, la oportunidad que poseía el ser humano de condenar a alguien para siempre.

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